Una de las situaciones que nos desborda a los padres son las rabietas, a veces difíciles de controlar, de los niños, ¿cuál es la mejor manera de acercarnos a ellos en este momento?, ¿alguna clave para el éxito?
Cuando un niño tiene una rabieta es porque se ha frustrado un deseo. El niño se siente frustrado y la rabieta es la expresión de esa frustración. Creo que hay dos claves para manejar las rabietas bien. En primer lugar tener claros los límites. La madre que le dice al niño que no le deja jugar en la PC, pero no está del todo convencida, tiene muchas más opciones de claudicar que la que lo tiene claro. Ninguna madre tiene dudas con respecto a que los niños no deben meter la lengua en el enchufe; por eso los niños tienen claro que no lo deben hacer. La segunda clave es tratar la frustración desde el cariño y la empatía; sin culpa. Si el niño es pequeño puede ser una frustración totalmente normal no tener un chupetín. En ese caso, le podemos decir una frase tan sencilla como “Estás triste (o frustrado) porque mamá no te ha comprado el chupetín, ¿verdad?” En cuanto conectamos con la emoción del niño, su cerebro comienza a calmarse. Normalmente no vale con una única frase; podemos dar un poco de bolilla al niño y decirle frases similares…”Claro..como mamá no te ha comprado el chupetín estás enfadado” o “Tu querías mucho el chupetín, ¿verdad?”. Hay que seguir insistiendo un poquito. La empatía ayuda mucho al niño a sentirse entendido y acompañado, pero también a entenderse a sí mismo y a calmar su angustia.
¿Castigo sí o castigo no?, ¿cómo establecerlo sin dramas?
Siempre es mejor un castigo que un niño que no aprende las consecuencias de sus acciones. En el libro, sin embargo, hablo de alternativas al castigo. Son muchas y la ciencia ha demostrado que son mucho más eficaces que los castigos. La primera de ellas es reconocer y reforzar cuando el niño lo hace bien (por ejemplo para el niño que pega a su hermana, el día que no la ha pegado es digno de reconocimiento). La segunda son los límites; si estamos atentos e impedimos que llegue a pegarla las primeras veces, el niño desistirá. En tercer lugar están las normas. Si yo establezco como norma que el niño que no deje el videojuego cuando yo se lo pido no puede jugar al videojuego el día siguiente, me voy a ahorrar muchos castigos. Las normas se respetan mejor que los castigos porque no tienen un espíritu personalista ni vengativo, son normas y punto. Lo difícil es tener las ideas suficientemente claras para poder establecer límites, normas y refuerzos de una manera clara que el niño o adolescente entienda a la primera. Entender cómo funciona el cerebro del niño puede ayudar. Está un poco feo decirlo, pero mi papel de mal padre, poniendo límites o estableciendo normas es para mí tan sencillo y satisfactorio como el de padre cariñoso, porque sé que en los dos casos estoy ayudando mucho a mis hijos. Los dos son igual de positivos.