La educación es un derecho fundamental y así lo establece nuestra Constitución Nacional. Sin embargo, aunque una educación igualitaria pareciera ser un signo de equidad, paradógicamente no lo es, por el simple hecho de que no somos todos iguales.
Todas las personas tienen alguna limitación o restricción para realizar diferentes actividades, pero algunas presentan dificultades en sus capacidades, ya sea de nacimiento o adquiridas en el transcurso de su vida, que afectan su desarrollo personal y la vida diaria. Según cifras del INDEC publicadas en julio de este año, el 10,2% de la población de la Argentina tiene algún tipo de discapacidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la discapacidad es toda limitación en la actividad y restricción en la participación, originada en la interacción entre la persona con una condición de salud y los factores contextuales (entorno físico, humano, actitudinal y sociopolítico), para desenvolverse en su vida cotidiana, dentro de su entorno físico y social, según su sexo y edad.
La escuela se ocupó de atender esas diferencias y limitaciones mediante un proceso basado en un modelo educativo de integración a fin de lograr que los sujetos con necesidades educativas derivadas de la discapacidad sean integrados al resto del aula de la mano de la maestra integradora como parte del equipo de integración.
Fabiana Siracusa, Doctora en Psicología y Lic. en Psicopedagogía (MP 126.649), especialista en discapacidad y Coordinadora de Integración, en diálogo con Ledesma aclaró que, si bien en algunos lugares aún se emplea el término “maestra integradora”, a raíz de nuevas disposiciones (Resolución CFE N° 311/16 y 1664/17) la denominación apropiada es maestro de apoyo a la inclusión (MAI).
La modificación del término corresponde a un cambio de paradigma en la educación que en los últimos años se fue trasformando de un modelo de integración a un modelo de inclusión. Según explicó Siracusa, que también es docente de Psicología Diferencial y Salud Mental en la Facultad de Psicología de Morón: “A grandes rasgos, la diferencia entre integración e inclusión es que en el primer modelo el sujeto con discapacidad no es parte del todo sino que está inserto en un aula de educación común con un trabajo paralelo al resto del grupo, dejando en evidencia sus diferencias; mientras que en los procesos de inclusión, que son para todos, ese niño es uno más del grupo, es parte del todo”.
Para el Ministerio de Educación de la Nación, el modelo de inclusión es entendido como aquel que intenta construir un camino alternativo al de la integración escolar. “Se refiere a la capacidad del sistema educativo de atender a todos los estudiantes, sin exclusión de ningún tipo. Para ello es necesario abordar la amplia gama de diferencias que presentan los alumnos y asegurar la participación y el aprendizaje de cada uno de ellos en el marco de servicios comunes y universales”.
Una educación inclusiva no va en detrimento de la calidad educativa ni pretende ignorar las diferencias, sino por el contrario, les da a todos los niños la posibilidad de desarrollar su máximo potencial en el marco de la aceptación de las diferencias como un factor enriquecedor.
La adhesión de nuestro país a la Convención Internacional sobre los Derechos de las personas con Discapacidad (2006) trajo consigo la noción de que no sólo hay que asistir a las necesidades de este grupo para equiparar sus posibilidades, sino también, incluirla desde un verdadero sentido de equidad. En el instrumento, los Estados Partes se comprometen a asegurar un sistema de educación inclusivo. Para que esto sea posible, se hace imprescindible diseñar una educación accesible a todos sin discriminación, esto implica: acceso físico, comunicacional, pedagógico, didáctico y a las adaptaciones que en los diferentes casos pudieran requerir.
Tal como explicó la Licenciada Siracusa, cuando la planificación o la currícula ordinaria no se pueden llevar adelante con algún alumno porque, debido a una discapacidad de cualquier índole, no logra incorporar los conocimientos, surge la necesidad de armar una propuesta de inclusión.
La convocatoria se eleva a la escuela especial correspondiente en virtud de las características de la discapacidad, ya sea que se trate de sordos o hipoacúsicos, de trastornos emocionales severos, del lenguaje, motrices, visuales o cognitivos. Allí, un equipo técnico interdisciplinario, conformado por un asistente educacional, un asistente social, un fonoaudiólogo, un terapista ocupacional, un psicólogo, un médico y un maestro de apoyo a la inclusión, arma una propuesta pedagógica individual para que ese niño continúe su trayectoria educativa dentro de la escuela ordinaria.
La experta remarcó que a diferencia de lo que se suele pensar, el maestro de apoyo a la inclusión “no es el que se sienta junto al niño en el aula, sino que es un profesional docente formado en educación especial y la persona que va a armar la propuesta pedagógica individual junto al docente de educación común para que sea éste quien le enseñe al niño en el aula”.
En cuanto a las principales tareas que realizan los docentes de apoyo a la inclusión, Fernanda Molina, quien desempeña el cargo desde hace tres años, señaló que “mientras que los docentes de nivel planifican actividades pensando en el grupo en general, las MAI realizamos adaptaciones a esas planificaciones”.
Es decir, “nuestra tarea es la de adecuar los contenidos propuestos por el docente según el diseño curricular en los aspectos que sean necesarios para que el niño que está en el proyecto de inclusión pueda acceder a ellos e incorporarlos, teniendo en cuenta los tiempos de cada alumno, y facilitar la socialización del niño con el resto de sus compañeros”, aclaró.
Fabiana Siracusa reconoció que se trata de un proceso muy complejo, sin embargo, dijo que “si se aborda desde la complejidad propia del proceso, que consiste en establecer las estrategias más convenientes para que ese niño acceda al conocimiento, que no será la misma manera que la del resto de sus compañeros, el niño avanza y aprende”.
Al respecto, Molina contó que su experiencia como MAI es favorable y enriquecedora a pesar de que muchas veces el trabajo se complica debido a la cantidad de actores que intervienen en el proyecto de inclusión. “Pero más allá de eso, los avances significativos que se ven en los niños, niñas y jóvenes es lo que personalmente me gratifica y motiva a seguir apoyando este proyecto”, agregó.
La Licenciada Siracusa destacó que la idea de inclusión es la de incorporar al niño a las mismas actividades que realizan sus compañeros utilizando una estrategias pedagógicas diferentes. No es que se usan cuadernos o libros especiales, el contenido y el material es el mismo para todos, lo que varía es la propuesta de enseñanza. Por ejemplo, según comenta la licenciada, si el texto está escrito en imprenta mayúscula y minúscula, y el niño recién está aprendiendo las mayúsculas, sólo hay que adaptar el texto; respecto de un cuaderno, si ese chico tiene dificultad para ubicarse en tiempo y espacio, lo que se hace es ubicar ciertas señales que lo orienten dónde escribir”.
También puede pasar que mientras los otros niños leen un cuento, el alumno en proceso de inclusión quizá reconoce sólo algunas palabras, entonces, se buscan otras alternativas, por ejemplo, a través de imágenes a fin de que acceda al mismo texto que todo el grupo, pero no se le puede dar algo diferente, insistió la especialista y agregó: “El modelo de integración tenía mucho de eso: establecer actividades diferenciadoras para un niño con discapacidad respecto del resto del grupo y esa situación era terreno fértil para el bulliyng”.
Por eso, la educación inclusiva, orientada a una concepción del hombre y de la vida basada en la defensa de los derechos humanos, se opone a cualquier forma de etiquetamiento y segregación, busca reducir la exclusión de niños y adolescentes con discapacidad, y promueve la igualdad de oportunidades en el sistema educativo común.
“Lo más importante es que la educación inclusiva es un derecho”, dijo Molina y concluyó: “Así como dice la frase ‘las diferencias nos enriquecen’, en un aula donde hay un niño o una niña en proyecto de inclusión el aprendizaje es del grupo en general, no solo de contenidos sino de amor. Una de las mayores gratificaciones como MAI es ver en los chicos la solidaridad, el compañerismo, la tolerancia y la aceptación que son valores fundamentales para el desarrollo de todo ser humano sin distinción”.
Mercedes Tombesi